EVOLUCIÓN EDUCATIVA
- Juan Diego González Castro
- 23 feb 2022
- 4 Min. de lectura
“Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia,
qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a
levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz.”
Platón, “El mito de la caverna” del Libro VII de La República.

En marzo de 2020 se estableció (por ley) que nadie se presentara en las escuelas. De Preescolar hasta la Universidad, millones de estudiantes y docentes fuimos confinados a tener actividades de aprendizaje desde casa. El Covid-19 nos obligó a encerrarnos a piedra y lodo. ¿Estábamos preparados? No, resultaría ocioso justificar esa respuesta. Para el 14 de febrero de 2022 se anunció el regreso a las aulas en todos los niveles (en varios estados). ¿Estábamos preparados? Para responder sólo diré que necesitaba comprar unos plumones permanentes. Fui a la papelería y mientras hacía cola para pagar, escuché a unas señoras quejarse de que no encontraron los cuadernos necesarios ni los uniformes: ojalá que lo dejen entrar, el prefecto se pone muy pesado, pero la escuela tiene la culpa, porque no avisa con más tiempo, así lo voy a llevar.
La Secretaría de Educación Pública, desde su creación el 3 de octubre de 1921 (según decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación), no había enfrentado un reto de dimensiones titánicas como las actuales. La Pandemia y el encierro obligatorio ofrecieron una oportunidad única para redimensionar el tipo de educación que se provee a l@s mexican@s. Niñ@s y jóvenes aprenden de forma diferentes a las generaciones de los 80´s y 90’s del siglo XX. La brecha entre la “educación tradicional” y la necesidad de una nueva educación ya había sido anunciada por Vigostky primero, y luego por Piaget. Salvo raras excepciones (esfuerzos de escuelas particulares), la SEP escuchó a estos pedagogos como escuchar caer la lluvia. Lo mismo se puede decir del Covid-19, no se han tenido ajustes de importancia en el paradigma educativo (excepto el cambio de secretario, claro).

El avance tecnológico hizo que la brecha entre una educación obsoleta y la educación necesaria para este mundo tan cambiante, se volviera una zanja tipo cauce de arroyo en tiempo de aguas. La Pandemia se subió a una excavadora y ensanchó esta separación como si fuera el Río Amazonas. Y me pregunto lector, lectora: ¿cómo es posible que las autoridades sólo anuncien el regreso a clases para tal fecha? Aquí no ha pasado nada, borrón y cuenta nueva. Eso sí, que usen el cubrebocas, lavado de manos y a las aulas. Otra vez, ahí van niños y niñas a cargar las mochilas repletas de ladrillos, a tomar apuntes de conocimientos desfasados o de plano, irrelevantes. Y las autoridades educativas a dar más importancia a los uniformes, el calzado, las fechas cívicas, el timbre. ¿Y el aprendizaje? ¿Los conocimientos y habilidades desarrolladas en la escuela los preparan bien para el mundo real? ¿Qué aprenden los estudiantes? ¿Qué enseñamos los docentes?
¿Qué se necesita para hacer una revolución educativa? Hace más de 2 mil años, Aristóteles propuso que la mejor forma de un gobierno para evitar una revolución era proporcionar educación a los ciudadanos. Claro que Aristóteles se refería a una educación de calidad y acorde a las necesidades de la sociedad para hacerla crecer en armonía. “No puede negarse, por consiguiente, que la educación de los niños debe ser uno de los objetos principales que debe cuidar el legislador. Dondequiera que la educación ha sido desatendida, el Estado ha recibido un golpe funesto.” (La Política, Libro V). Urge una evolución educativa. José Vasconcelos hizo su parte al gestionar (y presionar) al entonces presidente de México, Álvaro Obregón a crear la SEP. Estamos parados sobre los hombros de gigantes.

Ahora es nuestro turno de hacer realidad varios cambios, por ejemplo, tener acceso a internet en todas las escuelas para tod@s l@s estudiantes. También un cambio radical en los programas educativos, menos cantidad más calidad; enfoque a las necesidades reales actuales (con fecha de caducidad para obligar a renovación continua). Al reducirse los programas educativos, la Comisión Nacional de los Libros de Texto deberá modificar los libros de texto y sobre todo, hacerlos 100 % digitales y permitir descarga libre y gratuita (adiós a los ladrillos en las mochilas).
Lo anterior conlleva a la reeducación para tod@s l@s docentes. La reeducación para las autoridades educativas (el buen juez por su casa empieza). Dentro de los cambios en programas es esencial considerar un equilibrio en las artes y la educación física con las matemáticas y el español (las mismas horas a la semana para cada materia). Asimismo, impartir inglés y el chino mandarín desde la primaria hasta la universidad.
Crear un sistema de becas que no sólo proporcione una cantidad económica mensual o semestral, sino también considere paquetes de libros, becas de viajes, becas de investigaciones, material científico, asistencia a congresos, visitas a museos.
Darle vida a la fracción del artículo 3ro sobre la infraestructura educativa y hacer obligatoria la construcción, avituallamiento y mantenimiento de bibliotecas escolares en todos los niveles educativos. Junto con esto, aumentar las horas de permanencia en las escuelas, con el objetivo de diversificar e intensificar actividades escolares el arte, deportes, servicio comunitario y, al mismo tiempo, proveer de alimentos sanos a l@s estudiantes.
El parteaguas proporcionado por el Covid-19 difícilmente volverá a repetirse en muchas décadas. Nosotros como sociedad debemos exigir de las autoridades estos cambios. Digo exigir porque la educación es un derecho consignado en el artículo 3ro Constitucional. Y las autoridades (se supone) ni siquiera deberían esperar esta exigencia de la ciudadanía, porque al momento de levantar el brazo y expresar “Sí, protesto” cuando aceptan el puesto, la responsabilidad es inherente al cargo. Además, no lo hacen de a gratis, tienen un sueldo que respalda esa responsabilidad. De hecho, el artículo 128 constitucional es suficiente claro al afirmar que están ahí para respetar y hacer respetar “la Constitución y las leyes que de ella emanen”.
¿Estábamos preparados? No. Sin embargo, constitucionalmente hablando, debimos estarlo. Al menos abiertos a aceptar los niveles de rezago educativo para hacer los cambios urgentes y necesarios. Puedo imaginar a las mismas señoras de la papelería, que en lugar de quejarse estuvieran hablando emocionadas del próximo viaje de sus hijas a Macao: Mire, comadre, allá van a perfeccionar su chino y además, les servirá para graduarse del bachillerato como técnicas en hotelería y turismo. Sí, comadrita, que bueno que se ganaron esas becas.
Juan Diego González Castro
Sonora, Mex.
Autor, promotor, docente y fundador de talleres de literatura BCS.
Comentarios