FUROR SANANDI
- Verónica Hernández Jacobo
- 23 sept 2022
- 3 Min. de lectura
“…el sujeto, hablando con propiedad, se constituye por un discurso donde la mera presencia del analista aporta, antes de toda intervención, la dimensión del diálogo”. (Lacan, 1966)

El trabajo de psicoanalista es muy distinto al modo en cómo operan las demás psicoterapias, Jacques-Alain Miller, pinta la raya con las otras prácticas que le apuestan a lo salutogénico, él menciona que el analista encarna con su presencia algo del goce, la parte no simbolizada del goce, diríamos eso que nos imposibilita tomar de rehén al paciente, sugestionarlo, amordazarlo, manipularlo, en el nombre de su bien, por que sabemos de ese goce que nos encarna.
Ninguna psicoterapia se ocupa del goce, ya que el espacio que ofrece el psicoanalista es un lugar distinto, no es un espacio de apapachoterapia, sino que es un encuentro donde no hay ningún vinculo con respecto a la esperanza de cura, ese no es el oficio de psicoanalista, si el de un sanador o coaching.
Se va a análisis porque algo se rompió, ese lazo que endeblemente sostenía cierta homeostasis, y eso hace un embrollo real en el cuerpo que deviene imposible de soportar, imposibles que apuntan a un real, mientras que las psicoterapias creen que nadan sobre corrientes, en ríos que pueden encausarse y lo real imposible no se encausa, causa múltiples goces hasta el infinito y … mas allá.
Indudablemente el sujeto vive inmerso en la angustia, angustia que desde los discursos psicológicos toma otro semblante designado como ansiedad o ataque de pánico. el psicoanalista no cae sugestionado sobre el pretendido furor sanandi, sino que desarrolla con el paciente un procedimiento, dirige la cura no al paciente, en esa dirección, el silencio, las puntuaciones, el corte, la interpretación lejos del sentido son las que se hacen escuchar en el acto analítico, y todo esto dirigido hacia la conquista de la singularidad por parte del paciente, no domesticarlo a goces preconcebidos sino dirigirlo al espesor de su singularidad para que ahí descubra los goces que lo habitan y las consecuencias que este real tiene sobre su destino.
El paciente moderno no viene por causa de su represión, sino porque verdaderamente no sabe qué hacer con sus goces, de la relación que este sujeto establece con su goce, más allá de su partenaire síntoma, de ese goce con el cual establece un vínculo que le hace perder otros vínculos probablemente más estabilizadores para la economía de sus goces.
Llegan pacientes a los que no les falta nada, incluso no saben nombrar de que sufren, es lo que comúnmente se llama en psicoanálisis de orientación lacaniana, les falta la falta ya que no falta nada, y es común escuchar a las madres y padres que dicen “tiene todo, le di todo, porque se porta así”.
Se observa por ejemplo, que en la adicción al goce de la pornografía que está elimina la posibilidad de sublimar, Miller plantea que el acto pornográfico es un fantasma filmado, lo que observamos es que este sujeto contemporáneo quiere encontrarse solo con su goce, es como decía el estribillo de la canción infantil... déjalo solo, solo que baile. Ese es el imperativo del sujeto de hoy.
Se quiere gozar más de un goce que de un objeto, esto pone piedras al supuesto deseo de felicidad del humano, Freud afirmaba que no había nada en la condición humana que lo llevará a la felicidad, porque todo lo que toca se convierte en adicción al goce, esto no es muy esperanzador para la humanidad.
El hombre y la mujer hoy se sienten dueños de su propia casa, parodiando un tanto los golpes al narcisismo del sujeto dicho por Freud, “tú puedes, hazlo sin represión, se dueño de tu destino y de ti” esto repiten como slogan los terapeutas pigmalión, lo que estos terapeutas niegan o no quieren saber es que hay un océano insondable en el sujeto que no lo hace transparente a ser conocido de manera nítida, hay una dimensión de desconocimiento que apunta a lo inconsciente, lugar imposible para que los terapeutas universitarios puedan llegar.
Verónica Hernández Jacobo.
Guadalajara, Jalisco.
Psicóloga, Doctora en educación, colaboradora en la Cátedra Freudiana y Lacaniana sinaloense
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