LORENZANA Y LA LUCIÉRNAGA OSCURA.
- Iliana Hernández Partida
- 19 jun 2023
- 4 Min. de lectura
“What I think is this: You should give up looking for lost cats
and start searching for the other half of your shadow.”
Haruki Murakami. Kafka on the Shore.

“El peso de las figuras debe estar balanceado en una fotografía”, oí decir a Lorenzana frente a un grupo de jóvenes. Lo escuchan, él explica acomodando sus brazos en el campo de la foto, llevando y posicionando cuerpos imaginarios. Sabe componer una música visible, la magia de las apariciones insospechadas.
Es el peso escultórico de quienes son representados, el peso o la evanescencia de Astrid Hadad flotando en la Casa de la Cultura en la colonia Altamira. ¿Cuál es el peso de un fotógrafo que ha representado el volumen de tantos cuerpos y objetos a lo largo de su carrera?
Abro los ojos en cualquier representación artística y la figura de Lorenzana se desplaza sin interrumpir, serpentea entre escalones, asientos, escenarios de voces inagotables, en el preciso instante en el que un cantante toma aliento, dispara Alfonso, en el instante de la emoción y el aplauso, ataca la foto.
Historia derrumbada
Tijuana. El Minarete de la Preparatoria Lázaro Cárdenas, El Muertho, el centro, el pedazo de pared que anunciaba las pinturas Corona en el negocio de Calette. Recuerdo que pasaba frente a ese local (al que por años acompañé a mi papá) y vi esa pared a punto de caerse. Nostalgia. Otra Tijuana se alza sobre la que un día conocimos y también era percibida como moderna. Todo lo ha retratado Lorenzana, no simplemente fotografiado, sino que sus imágenes alimentan nuestra débil memoria, nos ha enseñado a ver y a no olvidar otras épocas de esta frontera.
Serie Tijuana
Sin darnos cuenta, en el fondo de la calafia alguien observa y registra lo poco importante (en apariencia): una espalda, el cabello revuelto o cabezas rapadas. ¿A dónde va la gente en el transporte público? A trabajos en la periferia, a comprar mandado, a pagar adeudos de impuestos prediales, a gastar su dinero en apuestas al destino, a renovar permisos para seguir existiendo sin ser notado. Barbillas al frente, espaldas encorvadas con ropas sueltas. Los personajes siguen contando su historia a los asientos de ese transporte interminable. Un tatuaje de la santa muerte en una joven amenaza a quienes la observan. Las conversaciones salpicadas de chiste e ira suceden entre el “bajan” y el “compermiso”. Tijuana se conoce a detalle sobre el camión o la calafia, ahí se juega el ingenio para encontrar el diamante de la historia insospechada, la mirada eléctrica, rastas como serpientes listas para mostrar colmillos, los días y las horas de la maquila expresadas en monedas para el chofer en el subir y acomodarse para descansar de la calle.
Repaso uno a uno los rostros, trazo coincidencias y sombras. ¿Qué da a los retratados un mismo punto de encuentro en este pequeño mundo? Desentraño y afirmo: es la luz que Lorenzana ha descubierto sobre las cabezas, no aquella dependiente de su arte y domesticación de su técnica, encuentro, maravillada, que es la revelación de una brillantez que parte del centro de cada retratado: su santidad. Lo que sea que eso signifique.
Es la luz de la posibilidad de cada uno, emanación de bondad, aunque sea momentánea. No se achaque a Lorenzana la santificación de sus personajes sino la exaltación de eso que supera a cada ser humano, la flama que es vida y está suspendida sobre la coronilla, un acompañamiento luminoso que sólo él ha sido capaz de ver en la gente sobre las banquetas sucias, en los cantantes de ópera, bailarines, cantantes, dramaturgos, mariachis, historiadores, embaucadores de oropel. Todos son santos mientras dure la foto, eternidades que sabrán contar la historia de su creador, Alfonso.
Serie cirquence
Pero esta vida, con su gente altísima o bajita, es un circo de cinco pistas. Las carpas se elevan con sus guías de luces, nada pueden contra el cielo nublado. No se distingue color en el circo que fue hecho para la fiesta del amarillo, rojo, verde, azul, morado, naranja o escarlata. De las fotos tampoco sale la música de banda o las trompetas que anuncien hologramas de elefantes o jirafas. Hay trapecistas que juegan a sostenerse cabeza contra cabeza, dormitan en sus barras en espera de que regrese el mago con los conejos o los payasos con mejores rutinas y chistes más subidos de tono, pero Lorenzana los mantiene a raya: en blanco y negro suspiran por públicos mayores. La mujer barbuda fuma en la entrada del circo para entretener sus pensamientos, están presos en una foto.
Pandemia y el poco rostro
Encierro histórico, miradas huidizas, abrazar el interior de la casa, medir los pasos de un lado al otro para encontrar a quien retratar. ¿Cómo cambiamos por dentro y por fuera con tan poco sol? Se nos fueron años dentro de los días de no sabernos caminantes, abrazadores de vocación, sujetos plenos frente a la cámara. Aún así llegó el fotógrafo y nos dejó suspendidos en ese otro tiempo que no alcanza la vejez ni la corrosión de la verdad. Siempre todos ojos amantes a pesar de la enfermedad. Lorenzana nos vio y existimos.
Larga vida a Lorenzana, nos ha visto.
Iliana Hernández Partida
Ensenada, Baja California, Mex.
Autora, traductora, pintora, maestra en Cultura Escrita/Lenguas Modernas,
docente en la Facultad de idiomas de UABC.
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