EL OBISPO ALFONSO ROBLES. (Los boleritos Parroquiales)
- Salvador Antonio Echeagaray Picos.
- 10 jun 2022
- 5 Min. de lectura

Compañeros de banca en primaria. Inteligentísimos. Les bastaba la explicación de la Maestra sobre las materias que comprendía el curso, para enfrentar con éxito los exámenes finales.
Juan de Dios y Carol, sin necesidad de “machetear”, como así lo hacíamos sus compañeros de grupo, disponían del tiempo suficiente y, por ello, utilizaban su imaginación en la elaboración de proyectos que al finalizar su educación elemental, secundaria y preparatoria –excluyendo la profesional- pero no la tecnológica, serían puntualmente implementados en la búsqueda del éxito como emprendedores. Con visión de futuro, concebían técnicas que permitirían mejorar la elaboración de productos industrializados. Yo, el único receptor de sus brillantes ideas. De acuerdo a sus cálculos, las desarrollarían en poco tiempo después de concluir la enseñanza básica y media superior. Anticiparon que seríamos socios en los negocios, por lo que me sugirieron estudiara la carrera de contador público o de abogado, o las dos, dijeron, desde la perspectiva de su agudeza mental.
Durante los recreos, ejerciendo liderazgos sobre el grupo, nos hacían participar en los juegos y competencias que inventaban, relacionados con temas que tenían que ver con adivinanzas, rompecabezas y curiosos juegos mentales, en los que resultaban vencedores. A veces, al estilo de los “Casinos pela bobos”, permitían la derrota, nada más para “no perder clientela”, como en cierta vez lo confesaron desvergonzadamente. Fuera del ambiente escolar, se comportaban como cualquiera de nosotros: alegres, entrones, bromistas y participativos en las “careadas” que amarrábamos en el beis bol, futbol, básquet y, sobre todo, en las tácticas guerreras que emprendíamos en contra de los “chuchos bravos” del barrio que habían mordido a algún miembro del grupo.
En cierta ocasión, en el trayecto de la escuela “Ruperto L. Paliza”, a nuestras casas, ubicadas en las orillas del famoso “Arroyo de los Perros”, me platicaron sobre un plan ideado durante el recreo. Sin decir “agua va”, Juan de Dios preguntó: ¿cuánto dinero traes? Nada. Contesté. Insistió Carol en el tema: ¿Cuánto te da tu mamá para que gastes en la escuela? nada, repetí. Pues sucede lo mismo con nosotros. Pero esa situación va a cambiar, dijeron levantando la voz. Yo estaba intrigado de lo que pretendían; por fin revelaron la idea, la que debidamente implementada, aseguraron, resolvería la falta de dinero. Sintiéndose como altos ejecutivos de finanzas, en corto, plantearon: “Vamos a ponernos a trabajar durante los fines de semana, boleando zapatos. Lo haremos en otro barrio. Y te preguntarás por qué lo haremos lejos de donde vivimos, comentaron: pues así se hará, debido a que sabemos que te avergonzaría “dar bola” por temer que las chavalas vean al “Galán” con el cajón en las manos y, la verdad, a nosotros nos pasa lo mismo. Y queremos evitar que eso suceda. Luego explicaron la estrategia: Mira, en un barrio distinto al nuestro, vamos a salir a bolear con un solo cajón, por lo que si vez a la amiga que te interesa, simplemente nos pasas el cajón… y ella verá que solo vienes acompañándonos, ¿Cómo la ves…? Y a la inversa, te entregaríamos el cajón para evitar que nos cachen de boleros”.
Aquella luminosa tarde, en la ribera del “Arroyo de los Perros”, quedó sellado nuestro primer negocio como “prestadores de servicios asociados”, en el sector limpieza, con un fuerte apretón de manos, previamente ensalivadas, a la usanza tradicional de los “avispados” vagos que rondaban por las calles de nuestra colonia y quienes en los asuntos que se amarraban, iba por delante la palabra, la cuál debía ser honrada por encima de cualquier otra cosa. Se Implementó el plan bajo la directa supervisión del Juan De Dios. Al salir de clases, ubicamos en un dibujo tipo militar, las manzanas y direcciones donde vivían nuestros potenciales clientes a quienes ofreceríamos cada fin de semana, el servicio de limpieza a cuota especial. Con el propósito de acaparar la mayor cantidad de zapatos, se les ocurrió a los hermanos “cerebros”, una idea qué en sí, prometía resultados, pero que implicaba el riesgo de que el asunto, que debía ser reservado, se filtrara y fuera dado a conocer por error a la feligresía, tal y como sucedió, con resultados aciagos para la sociedad tripartita. Resulta que Juan de Dios, tiempo atrás, había sido monaguillo en el templo de Nuestra Señora de Fátima y debido a ello, tenía cercana amistad con el joven y prometedor Párroco de la Iglesia, Alfonso Robles. Se le metió en la cabeza ofrecer un porcentaje como “limosna” a la parroquia, con la condición de que el Sacerdote nos recomendara como boleros oficiales, prometiéndo cobrar sólo una cuota mínima en el servicio de cepillado. Me consta, pues estuve presente en la reunión, cuando el Juan, pidió a su virtuoso amigo, que en la recomendación que hiciera en nuestro favor, jamás mencionara nuestros nombres, explicando con claridad los motivos del pedimento. Los hermanos explicaron: “Padre Alfonso, simplemente, no queremos que nuestras amiguitas de la colonia se enteren que nos dedicamos a dar bola”. También escuché al comprensivo Cura responder: “Entiendo. Prometo que manejaremos este asunto con la máxima discreción”, revelando una sonrisa en su rostro de hombre bueno.
A estas alturas del relato, han de preguntarse, ¿entonces qué pasó con la “secrecía” que Juan de Dios rogó al Párroco y que este prometió guardar? Sucedió que un día, el talentoso padre Alfonso Robles, quien cumpliría su destino años más tarde, sirviendo fielmente a su dios y a la santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, fue notificado por parte del Obispo de la Diócesis de Sinaloa, que había sido seleccionado para realizar estudios superiores en la ciudad de Roma, Italia. Bueno, ¿y eso qué tiene que ver con nosotros? Pues ocurrió que el joven Diácono que sustituyó al sacerdote Alfonso Robles, que años después, sería elegido Obispo de la diócesis de Nayarit, seguramente debido a las prisas en la preparación de su traslado a Roma, olvidó informar debidamente, del delicadísimo pacto que se había acordado con nosotros. ¡Omisión fatídica! Ocurrió que el joven Padre, se enteró, nunca supimos la fuente, de la “propina” ofrecida al templo, en el caso de que tuviéramos la exclusiva en el cepillado, a condición de que nuestros nombres se mantendrían en secreto.
Como “sea que aiga sido”, ocurrió que en la misa principal del siguiente domingo, aquel joven curita, por cierto, con estupenda oratoria, previo a otorgar la bendición, exclamó: -“Deseo informar, queridos hermanos en Cristo, que los jovencitos Juan de Dios, Carol y Salvador, necesitan trabajar y no encuentran donde, y como no existe ninguna labor humilde a realizar–, pues recordemos las sencillas tareas de carpintería que hacía nuestro señor Jesús, al lado de su padre José-, hemos decidido apoyarlos en ese propósito y lo anuncio: serán ellos, quienes se encarguen en lo adelante, de limpiar el calzado en esta hermandad parroquial”….!! Y siguió de frente, con su rollo de espiritual agradecimiento: “Ofrezcamos nuestras oraciones a los mencionados feligreses, que casi niños, demuestran generosidad y sentido de solidaridad social, toda vez que apoyarán, donando parte de sus ganancias, las jornadas de ayuda que esta parroquia emprende día a día, en favor de las familias que viven en condiciones precarias en esta Comunidad Cristiana.”-
Remató su letanía, exclamando: “Además del calzado que ruego sea entregado cada fin de semana a estos afanosos jovencitos para su cepillado, ofrezcamos una demostración de cariño y calor humano, con nutridos aplausos en agradecimiento al gesto de desprendimiento cristiano, de estos tres humildes boleritos parroquiales”
Con este vehemente final, el cura cerró con broche de oro su pieza de oratoria en el Servicio Religioso, conocido durante meses, como la “Misa de los boleritos generosos”.
Al tiempo, fuimos enterados a detalle, de lo sucedido, ya que Juan de Dios, Carol y el que escribe, mucho antes de que terminara “el Mitin religioso”, es decir, la ceremonia eclesiástica, nos habíamos “tirado a perder”, huyendo ligeros del templo sin esperar para nada, la bendición sacerdotal.!!
Salvador Antonio Echeagaray Picos. Culiacán, Sinaloa, Mex. Autor, Magistrado en Retiro.
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