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EN LA CLÍNICA

“pretextos busca la muerte para llevarse al enfermo”…


Un ratón se atravesó corriendo en medio de la clínica, los gritos no se hicieron esperar, todos saltaron del asiento en la sala de espera que por lo general está llena y en calma, una calma propia del calor que genera tanta gente dentro de un rectángulo con butacas y tan sólo una pequeña ventanilla abierta para disfrazar el hecho de que el aire acondicionado, aunque encendido, no funciona. Ese calor que te hace como si estuvieras en un horno, que obnubila, como cuando decimos que tenemos “el sopor del buitre” posterior a una buena comilona. Estás atontado, adormilado, a la espera de la espera, en la fila, en la cola ¡sí, esperando…! Primero uno empieza a repasar los pendientes y terminas divagando, abanicándote con un folleto, el sobre de los estudios o hasta con el carnet. Por supuesto, todos salieron de ese letargo en forma súbita, y el culpable, el roedor a toda velocidad asustado igual o quizás más que todos ellos.


Las quejas comenzaron una tras otra, después de todo, algo había que hacer con tanta adrenalina que dejó el susto… Así es cuando uno abre los ojos, salimos de ese aturdimiento… Como dejar de hibernar y percatarse de que la primavera, la vida, ha llegado… la realidad, esa realidad que nos permite ver más allá de nuestras narices. Para eso visitamos la clínica, para que un experto te confirme lo que ya sabes, pero no lo sabes nombrar… Ese campanudo tecnicismo que suena bien en un intento de aminorar el golpe, el golpe de realidad que espera envuelto en dos palabras: Diagnóstico y tratamiento… Al visitar la clínica hay que tomar aire, contar hasta diez y armarse de valor. De antemano se sabe… Será una espera de horas, coros en malestar, un número de ficha y buenas o malas noticias… Y para colmo ¡un ratón! Un ratón que en cierta forma fue un respiro… dejar de pensar y voltear a ese alrededor que nos sorprende cada día, como cuando vamos en una carretera y lo único que vemos es esa doble línea amarilla que al contemplarla largo rato perdemos la noción del tiempo tan sólo dejándonos llevar por el vaivén del coche que sigue fiel el camino marcado… Un camino marcado del cual hemos podido salir en cualquier instante y por voluntad propia, pero por alguna extraña razón, no lo hacemos hasta que ya es tarde o, incluso, demasiado tarde… Así es la enfermedad, nos confronta con lo que pudo haber sido pero no fue y tal vez ya nunca será.


Tal vez por eso nadie quiere pasar más allá de la clínica ya que eso significaría ser remitido a un especialista y, por lo tanto, estaríamos hablando de algo serio. Nos damos cuenta que al fin y al cabo cada día que pasa vale más, pues tenemos menos tiempo, ese tiempo que lleva a convertirse en el centinela de momentos importantes… Nos percatamos de su existencia y, en un intento de verlo lo sentimos o quizá lo aceptamos. Pero en realidad el tiempo ahí ha estado siempre, también en ocasiones banales; es como una sombra que nos sigue, que nos guía, un punto de referencia y, dependiendo de nuestra circunstancia de vida, le vamos dando un semblante diferente; incluso podríamos hablar de los motes que le lanzamos según el estado de ánimo que nos invade… Cuando somos niños, abrazamos el tiempo, gozamos de su paso… Es un amigo que acompaña, lo invitamos deseosos y le damos la bienvenida con ahínco cada año. Más tarde representa un paso firme, nos hace saber que vamos por el camino correcto o, mejor dicho, que hacemos lo que se espera de nosotros, tenemos presente la idea de lo que sigue y eso nos da cierta calma… Pero en un abrir y cerrar de ojos, ya es un compañero incómodo, es como el espejo que sólo nos muestra el reflejo del disgusto y, es así como la preocupación nos aleja de esas oportunidades de una sola compra. Finalmente, buscamos la reconciliación con ese camarada al que nombramos tiempo… incluso le rogamos que nos considere su mejor amigo y no nos deje ir jamás, hasta que la despedida es inminente.


Esa tarde, la gente que estaba en la clínica tenía diferentes pláticas con el tiempo, sin embargo todos coincidieron en una pausa, como cuando en las películas todo queda atrapado en cámara lenta, con un sonido lejano y una sensación distinta de la gravedad… Un ratón… Un ratón fue capaz de robar los pensamientos de toda la clínica y condensarlos en una sola imagen, pudiera ser una nimiedad, pero tal y como dicen los Maestros de Yoga: “libera tu mente y déjala en blanco”, todos en la clínica se olvidaron de la enfermedad y su mente, aunque no en blanco, descansó… Un ratón providencial; fue como una fuerza que levanta, un trago de miel que prepara para pasar las amarguras venideras… porque la enfermedad viene caminando por la carretera y hace la parada en cada estación, es como un sabueso que está al pendiente, rastrea, persigue, encuentra… Y a decir verdad sólo anhelamos evitar recibir la carta que anuncia la derrota, porque tal y como dice el refrán “pretextos busca la muerte para llevarse al enfermo”… Todo tiene un principio y un fin y, la enfermedad, nos guste o no, es un principio. El hecho de que la medicina nos haga regresar muchas veces al punto de partida, no evita que la carrera tarde o temprano sea de obstáculos.


Pero volviendo al ratón… Todos en la clínica se sorprendieron al ver un animal que asociamos a la suciedad, que pulula en la basura y en el desorden, como si al entrar corriendo estuviese denunciando las condiciones de la clínica; pero el ratón, hablando con franqueza, no fue visto por nadie como lo que realmente era… Ese ratón que se atravesó corriendo era una metáfora… Si tomamos en cuenta que los ratones son el segundo mamífero más extendido del planeta, es fácil comprender el hecho de toparnos con ellos tan seguido, lo único que sucede es que tienden a esconderse por miedo, por supervivencia o porque así funciona su especie, que para el caso, es lo mismo. Si no lo vemos no existe… ahí están, lo sabemos, pero no queremos recordarlo… nos acompañan, caminan en paralelo con nosotros… Así, de igual manera, nos rodea la enfermedad… siempre está al acecho, más cerca de lo que creemos, pero no nos percatamos hasta que la vivimos en carne propia y, entonces, pegamos un grito en el cielo, tal y como lo hacemos al ver un ratón.


Maricela Bustillos Rodríguez.

Mayo, Rancho Paraíso, Ciudad de México.


Maricela Bustillos Rodríguez

CDMX, Mex.

Lic. Psicología, bailarina, autora y narradora.

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