LA CIUDAD ETERNA
- Primavera Abril Encinas
- 1 jul 2022
- 3 Min. de lectura
"Fue más que un sueño. Mis manos tocaban los edificios tratando de visualizar sus dimensiones cuando aún no eran ultrajados..."

Todo comenzó al vestirme de griega a los siete años. Corría el año de 1981 cuando después de ver Furia de titanes en el cine, visité la exposición de Pompeya en el museo de San Carlos en la Ciudad de México. Creo que fue un momento decisivo, porque ese día, comprendí que mi vida estaría unida a la historia. Acompañada de mi madre, admiré docenas de vasijas, relieves, pinturas y esculturas rescatadas de la erupción del Vesubio. A partir de ahí, sólo quería saber sobre griegos y romanos, a los cuales confundía, por su vestimenta. Pregunté tanto, que me compraron unos libros con ilustraciones. Así conocí y leí un poco más adelante, La Odisea y La Ilíada, y me fui familiarizando con la mitología helénica. Sólo quería escapar a esos mundos lejanos, repletos de civilizaciones antiguas, envidiando al mismo Heródoto.
Esto se cristalizó cuando en el 2013 viajamos a Roma donde mi mente simplemente se desbordó. Fue más que un sueño. Mis manos tocaban los edificios tratando de visualizar sus dimensiones cuando aún no eran ultrajados. En Roma las épocas se sobreponen unas a otras. La ciudad imperial de los Césares, se levanta entre palacios barrocos y renacentistas. El mismo Panteón que fue una magnífica obra repleta de mármol, ahora es una iglesia católica. Al estar en el Foro Romano, debí hacer un gran esfuerzo para ignorar las demás construcciones y concentrarme. Pude conseguirlo al tocar el Arco de Constantino en la plaza del Coliseo.
Dentro de mi proceso creativo, las iglesias barrocas dejaron de existir. Sólo observé carros y literas llevando a senadores, caballos con centuriones, mujeres con suaves túnicas seguidas de esclavas. A la derecha contemplé el Templo de Vesta, después me encontraría con el Mercado de Trajano, las estatuas de Augusto y César, el templo de Venus y Saturno, para desplazarme hasta el Mausoleo de Adriano y el Circo Máximo.
Casi podía escuchar los gritos cuando Julio César o Augusto pasaban por el Arco del Triunfo. Por todos lados habría túnicas, gente descalza o con sandalias. Unos a pie, otros a caballo o en camastros hablando en latín, mientras se decidía el destino del imperio.
Estando en el Coliseo aparecieron gladiadores luchando en medio de vítores. Miles de ciudadanos se congregaban para descargar sus frustraciones, gozando con expulsiones corporales y miembros amputados. Recordé que los romanos disfrutaban con espectáculos sangrientos, representando los triunfos en África.
Los escuché exaltando al emperador o criticando a otro político. Conversé con las matronas, agradeciendo a Venus por el enlace nupcial de una joven patricia. Probé el aceite de oliva en un pan. Reí con las bromas que se hacían sobre Nerón y su cortejo. Me unté un perfume en el cuello proveniente de oriente y bailé al compás de tambores y flautas.
Frente a mí, dos jóvenes luchaban semidesnudos, mientras los esclavos los rodeaban ante la intromisión de diversos curiosos, quienes los insultaban para incrementar su ira y destreza. Recordé que los romanos fueron un pueblo guerrero y ambicioso. El dios Marte era uno de los principales, por lo que crearon un imperio rodeando el Mediterráneo.
De hecho, su afán de conquista los llevó hasta la península ibérica, por lo que su influencia llegaría a nosotros muchos años después a través de los españoles, con uso del derecho, los números, el calendario.
Entre más aspiraba ese aire invernal, más me sentía inmersa en ese flujo de imágenes. Ni cuenta me di que llovía, y que estaba empapada. Pensé que enfermaría, pero no ocurrió así. Mi vivencia en la Roma imperial fue muy fuerte y aunque acabó cuando cruzamos la calle para caminar unos metros hasta llegar a la iglesia que contiene el Moisés de Miguel Ángel, puedo decir que aún ahora permanece en mi memoria.
Primavera Abril Encinas
Obregón, Sonora, Mex.
Autora, Psicóloga.
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