LA PEQUEÑA NUBE.
- Salvador Antonio Echeagaray Picos.
- 6 mar 2023
- 3 Min. de lectura
"La opaca cepa, abstraída, en aquel peregrino escenario de rubores, toleró que un viento juguetón la mezclara entre los gránulos areniscos de la escarpa; así, la grácil nube, tersa y de contornos indefinidos, sin advertirlo, gradualmente empezaba a separarse… "
A alma DIVINA….

Sobre el pálido trazo oceánico del horizonte, emerge la imponente montaña que se dibuja sobre el colorido lienzo del trópico de cáncer; parecería que rasga con sus agujas encumbradas, los espacios azules que la abrazan.
En tiempos remotos, de los altozanos y despeñaderos, cayeron infinidad de granitos que, al fusionarse a los rompientes de roca volcánica, formaron el basamento de la cima, y en donde misteriosamente, aparecen ingeniosas cavernas y estatuas de arena que se inventan al anochecer y desaparecen al alba.
A la altura media del gran macizo, entre grietas y matorrales manchados con el verde-oscuro montañés, surgió una pequeña nube, delicadamente unida a otra mayor; de naturaleza indócil, reposaba, meciéndose entre la hojarasca de la cercana arboleda… La opaca cepa, abstraída, en aquel peregrino escenario de rubores, toleró que un viento juguetón la mezclara entre los gránulos areniscos de la escarpa; así, la grácil nube, tersa y de contornos indefinidos, sin advertirlo, gradualmente empezaba a separarse…
La párvula nubecilla, radiante en su visión cósmica, absorbía coloraciones de la variada vegetación en aquel sitial; desde el cantón, admiraba los gallardos farallones que, sobresaliendo de la corriente, se empapaban de la espuma traída por las olas viajeras en su retorno a la costa. Ante esta panorámica visión de la naturaleza, la pequeñita aureola, ansiaba remontarse y descender, en la misma cadencia temporal del espacioso cuerpo nuboso al cual, se encontraba levemente, engarzada, sin percibir que era solo un delicado jirón de la gran nube que sombreaba los contornos…
La pequeña nube no procedía de espacios celestes, ni de fenómeno atmosférico alguno, sin embargo, sentíase atraída por la esencia telúrica que surgía de la montaña y la zona costera del trópico. En estos intuitivos devaneos, se desgajaba cada vez más de la estructura nublosa a la que estaba unida. ¡Se esparcieron, entonces, alrededor de la montaña, luces multicolores enviadas a la traviesa nubecilla en formal y crítica advertencia…!! No hubo respuesta. Solo disimulo; el silencio de los montes trepado en la cumbre. Allá abajo, sobre las arenas, el murmullo incesante de la marejada golpeando contra los acantilados…
La insensata tirilla nubosa, absorta en los matices que presumía el atardecer, surcado a lo lejos, por deslumbrante arco-iris, pretendió, insólitamente, alcanzar la lejana distancia tras el espectáculo de luces y colores, y se desgarró… Un vientecillo viajero que recorría el altozano visualizó la tragedia: la rodeó con presteza, ayudándola, a conservar de momento, su moldura, aunque inútilmente, ya que el ámbito terrenal de húmedos parajes, las raíces, de los pajonales, amorosamente entrelazadas, el rubor de la floresta, y las reverberaciones que surgían de las claridades areniscas, allá abajo, sobre los playones, la impulsó fatalmente, al sitio de atracción que la sedujo sin remedio…
Sintiéndose inerme, al límite de su existencia, la abatida nubecilla, decidió depositar sus alientos finales, en ese “mágico refugio” que resguardaría sus aflictivas circunstancias existenciales; percibió enternecida, la fugaz y última caricia del cálido oleaje. Luego, desapareció, para siempre, bajo el manto crepuscular de luces y sombras, en ignorada y desolada playa.
Salvador Antonio Echeagaray Picos. Culiacán, Sinaloa, Mex. Autor, Cronista, Magistrado en Retiro.
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