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MI BICICLETA

"Ese ruido que nunca termina, que no cesa y que me ha llevado a perder la noción del tiempo, que no permite que recuerde el principio del mismo y que anhela su fin..."


Peligro en tus ojos... aún permanece, hijo mío más no por ello eres un cobarde... esas fueron las últimas palabras que escuché de mi madre... la desdicha se anuncia y llego tarde a la parada del camión ¡cómo cambia el destino en tan sólo un breve instante! Se disuelve, se evapora, se desvanece, se difumina... es un sueño, sin duda, es caída libre, la tierra retumba y cosquillea mi pisada... lo sé y así pasó, sin más ni más, poco a poco, bien dados, uno a uno, fueron los pasos de mi muerte. Eso pensaron todos y yo también, cuando salí proyectado y mi bicicleta quedó hecha añicos después de que el autobús se quedara sin frenos y yo, desdichado y desafortunado, fue el elegido por Dios para dar un ejemplo de imprudencia, uno de esos ejemplos de juventud desenfrenada. Y heme aquí, en la Cruz Roja de Polanco, donde nunca creí llegar a estar... todas aquellas veces que puse “morraya” en los botes de donaciones de la Campaña Nacional para apoyar a la bien afamada y prestigiosa, Cruz Roja.


Hoy he despertado pero, para ser honesto me siento como si hubiese vuelto a nacer, si no hubiera sido porque la enfermera me llamó por mi nombre, diría que había reencarnado en alguien más. Lo cierto es que de alguna manera he sido privilegiado... me han dado una segunda oportunidad y esta, comenzó en el pabellón de heridos por accidente. Camas enfiladas con sábanas blancas, de ese blanco que define pulcritud, con olor asoleado y blanqueado previamente en lejía... paredes blancas, enfermeras con uniformes blancos desde la cofia hasta los zapatos. Un blanco que te hace sentir flotando en un limbo... un limbo que te anuncia que vas en camino pero que te falta camino para llegar. Quién iba a decir que mi hogar, tan blanco como el algodón recien planchado, sería este hospital por largo tiempo... bueno, tan largo para alguien que considera que lleva toda una vida andando en bicicleta y que está a punto de dejarla para siempre... esa inseparable amiga que, si fuera yo un charro, la querría como a esa yegua colorada que vi nacer y crecer desde mi temprana infancia.


Mi bicicleta, ese único testigo de mi fuerza bruta, dosificada para lograr alcance... para llegar a tierra prometida... un pedaleo constante que termina en lo profundo de mis ideas más íntimas, esa rutina que enajena, que con automático movimiento me lleva a un estado casi hipnótico... sumergido en mis pensamientos, en ese latido constante en la sien que me hace apretar los dientes y cerrar los ojos. Mi primera bicicleta fue azul, la pintó mi padre después de conseguirla en segunda mano, fue un regalo de reyes, cuando aún tenía la ilusión de tener fe en cada una de las estrellas que anunciaban mi hora de dormir. En ese momento, tener una bicicleta representaba la independencia total; el paso justo anterior a la adultez

que un niño siente a los diez años y le contesta a todo a aquel que le pregunta su edad: “¡ya soy grande!”. Se necesita sentirse mayor para considerar que las caídas son parte del proceso de las clases de manejo... ¡tan sencilla que era la vida a los diez años! Y heme aquí, en mi nueva casa... blanca como el cielo que prometen los rezos al ángel de la guarda... esperando que empiece, la larga espera... dos clavos y una reconstrucción de fémur serán las heridas de guerra que en un futuro me llevarán a conquistar una chica por ser un hombre valiente, trabajador y, por qué no decirlo, romántico; justo como les gusta la idea del príncipe azul a las señoritas de buenas costumbres.


Me gusta andar en bicicleta porque es la herramienta perfecta para dar un paseo silencioso por el ruido de mi mente... ese ruido que nunca termina, que no cesa y que me ha llevado a perder la noción del tiempo, que no permite que recuerde el principio del mismo y que anhela su fin... es algo así como un tinitus de ideas, no alcanzo a distinguirlas, insisto ¡es mucho ruido! Y el blanco aparece de nuevo... un distinguido caballero se presenta como el Dr. González y me hace preguntas tan extrañas que hasta me cambiaron de cama, de cuarto y ahora viviré a puerta cerrada... nunca imaginé que la privacidad pudiera ser interpretada de manera tan sombría. Sería injusto decir que soy como un ave enjaulada... recuerdo los canarios de mi abuela, siempre cantando, en ese tono que a mi forma de ver de dicha... tal vez soy como uno de ellos, pero aún no he empezado a cantar... sin embargo, extraño el aire que rebotaba en mi cara cuando andaba en bicicleta, cuando menos me distraía del ruido... un ruido que prometen quitarme con un vasito de pastillas que me dan con el desayuno y con la cena... Sé que tuve más de una bicicleta, pero no logro acordarme de los colores ni de cuantas fueron, perdí la cuenta y ahora no sé qué edad tengo... hay menos ruido, sí, pero también hay menos de todo... menos recuerdos, menos visitas, menos ideas.


Ya camino y me pregunto cuándo podré volver a pedalear... y el blanco, ese blanco que empieza a darme dolores de cabeza, un blanco que no deja ver los límites del norte y el sur, un blanco que me aplasta de este a oeste... un blanco tan blanco que simula una hoja de papel, misma que me hace prisionero de mi pasado y a la vez, roba mi historia... y empieza a angustiarme ese blanco, la ausencia de color, de todo y nada... me enoja y... lineas curvas, rectas... negros, rojos, morados... rayones y rayones... y se borra todo... el caos... y vuelvo a ver el blanco, esa calma que no me deja ver más... todo blanco... soy un hombre sin sentido, ya que aunque encontré el cómo ahora sólo puedo pensar en el cuándo... ¿por qué sólo puedo recordar mi bicicleta? Quisiera regresar el tiempo... el blanco, es como vivir en un malvavisco gigante pero cada vez que lo muerdo y lo mastico regresa a su tamaño original... y ese blanco como la nieve ¡es tan frío! Me da frío pensar en las palomas blancas...


---¿Cómo está, Doctor? ¿ya podemos verlo? ¡ya ha pasado mucho tiempo

---hemos intentado varios tratamientos, pero no responde a ninguno. Es probable que le cause una impresión muy fuerte el verlo, ya no habla desde hace meses.

---Hijo ¿me escuchas? Soy mamá...

---Mi bicicleta...



Maricela Bustillos Rodríguez

Marzo Rancho Paraíso. Ciudad de México


Maricela Bustillos Rodríguez

CDMX, Mex.

Lic. Psicología, bailarina, autora y narradora.




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