SAN ÁNGEL Y SU LLORONA
- Primavera Abril Encinas
- 22 may 2023
- 5 Min. de lectura
"En San Ángel se aparece la tenebrosa mujer. Al menos eso fue lo que me contaron..."

Siempre he sentido que pertenezco a San Ángel un pueblo colonial que actualmente se encuentra en la delegación Álvaro Obregón en la Ciudad de México. Será porque mis abuelos maternos vivieron a escasos metros de la zona empedrada, donde se levantaron suntuosos palacios durante la época de los virreyes. Recuerdo que de niña, filmaron un comercial de un chocolate usando un carruaje de la época renacentista, con trajes europeos de la corte española, imitando al monarca del nombre de la golosina. Venían con caballos y todo. Nunca lo vi en la tele, pero supongo que fue un éxito, o al menos lo fue para mí que podía visualizarlo, ya que San Ángel es de la época.
Originalmente se le llamaba Tenanitla o Tenantitlan, hasta que en 1535 los dominicos establecieron una pequeña ermita, que evolucionaría en una bella construcción eclesiástica, donde la orden de los carmelitas fundó el colegió de San Ángel Mártir. Es una tierra fértil, benigna. En su momento fue un paraíso. Al norte se podían apreciar las lomas y barrancas hacia Tacubaya y Chapultepec. Al oriente las tierras de cultivo rumbo a Coyoacán, Iztapalapa y Churubusco. En el sur, la lava del Pedregal, los bosques de Tlalpan, el Ajusco, y al poniente las múltiples cañadas de San Jerónimo y Contreras. Los caminos irregulares convergen en la parte baja donde se encuentra el Convento del Carmen. La población creció entre sus dos iglesias, San Jacinto y el convento, rodeados de las grandes casonas coloniales entre los amplios huertos frutales, con senderos interrumpidos por arroyuelos y cascadas.
Todavía unas décadas atrás se podía contemplar el río Magdalena, las cascadas de Tizapan, las huertas. Era fácil pasar un día agradable entre las colinas, escondiéndose tras las rocas sueltas y los arbustos, cuidándose de no caer en los numerosos barrancos.
Hay mucha historia familiar en la iglesia de San Jacinto. Ahí fue bautizada mi madre, así como sus hermanos, se casaron mis padres, y para no perder la costumbre, conmemoré mis quince abriles. Pensar en San Ángel es recordar a mi abuelita Rosita. Era una mujer excepcional. Quizás llegó hasta los primeros grados de la primaria, pero no por ello dejó de ser una mujer culta que a pesar de no tener estudios leía de todo. Le encantaba la música clásica, asistir a una exposición de arte, ya sea en un museo, una galería.
Tengo un hermoso recuerdo de ella. Yo siempre he vivido en el norte, pero iba cada verano a verla, y cuando tendría unos ocho o nueve años, junto con mi madre y mi abuela fuimos a una representación de ballet del Lago de los Cisnes en Chapultepec. Era temprano, pero ya estaba oscuro. El público estaba sentado en gradas frente al lago. En la parte opuesta, se hallaba la filarmónica, donde interpretaron a Tchaikovski en vivo y se ubicaba el templete en el que se desarrolló el ballet de la compañía nacional.
Fue mágico. Imaginen lo que fue para una niña gozar de esos pasos imposibles que desafían la anatomía humana. Lo mejor fue la reacción de mi abuelita. Disfrutaba con su hija y nieta, un espectáculo que jamás soñó. Lo mismo ocurría en cualquier manifestación del arte. Se le quebraba la voz, creo que hasta alguna vez se le humedecieron los ojos, no lo sé a ciencia cierta, pero es que de verdad era muy sensible.
La recuerdo muy cariñosa, siempre con una palabra sabia, siempre rodeándome con sus brazos. Murió cuando tenía once, y como soy de las nietas mayores, el resto de mis primos carecen de imágenes de su persona. He sido afortunada. Me encanta que mi mamá afirme que me le parezco, no físicamente, pero sí en el carácter o en los gustos.
En San Ángel fui un año a la escuela. Fue en segundo de primaria cuando mis padres estaban haciendo su tesis, esa investigación que dejaron pendiente por casarse e instalarse en Sonora. Para mí fue una época feliz porque mientras mi mamá se iba a la UNAM, y mi papá seguía trabajando en el Valle del Yaqui, me criaba mi abuela Rosita. Evoco cuando me llevaba de la mano, bajando por la colina hacia la primaria Ricardo Flores Magón de Tizapán, tan grande y diferente a mi colegio original. Era un mundo de niños, pero nunca temí porque ella me esperaba en la salida y me compraba una nieve o un pan dulce, en la panadería de enfrente.
Cuando nos dirigíamos a su casa, pasábamos junto a esas calles empedradas que mencioné al principio, porque su hogar estaba justo al lado de la las mansiones de más de doscientos siglos. Yo vagaba la vista por ese conjunto arquitectónico en lo que iba brincando de la mano de mi abuelita, experimentando su ternura. Visitar la Ciudad de México no solo implicaba disfrutar de mi abuela obviamente. También tengo recuerdos de mi abuelo, tíos y primos.
Gracias a ellos, pudo conocer sobre La Llorona.
Para explicar lo anterior, debo decir que como gran parte de los pueblos de México, en San Ángel se aparece la tenebrosa mujer. Al menos eso fue lo que me contaron, cuando a los ocho años caminaba hacia la iglesia junto a mis tías quienes señalaron: Allí, en esa casa blanca suele aparecerse llorando por sus hijos. Dejé de masticar mis golosinas, para poner cara de asombro.
Tuve miedo, lo confieso. Por varias noches no pude dormir, tratando de imaginar a la señora vestida de blanco con el cabello oscuro y suelto, levitando sin tocar el piso ya que está muerta. Pobres niños, pensé. ¿Cuándo se perdieron? ¿Acaso la madre era tan negligente? ¿O de plano le jugaron una broma hasta las peores consecuencias?
Mis primos me molestaban, amenazando que un día de estos se nos aparecería La llorona. ¿Quién no sufrió de algo semejante en la niñez? Creo que todos, en una u otra medida le tuvo miedo a un monstruo, al Coco, a un jinete sin cabeza o al mismo demonio, que sé yo. Nadie está inmune a semejantes terrores en la infancia, y en mi caso, debo afirmar que sí, fue a La Llorona, creándome numerosas pesadillas.
La leyenda está basada en Cihuacóatl que a partir del año 1500 se manifestaba en el lago de Texcoco clamando por el dolor al que se verían expuestos los mexicas con la conquista española. Como ven la diosa lloraba por el futuro de su descendencia. Esa historia fue retomada por Fray Bernardino de Sahagún, hablando de una mujer que lloraba en la noche, alertando al mismo Moctezuma. De ahí desembocarían el resto de los relatos que cada ciudad de México adoptaría.
Primavera Abril Encinas
Obregón, Sonora, Mex.
Autora, Psicóloga.
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